Los antiguos griegos no reconocerían nuestra 'democracia'

 


Gran parte, si no la mayor parte de nuestro vocabulario político actual, se la debemos a los antiguos griegos . Desde la anarquía y la democracia hasta la política misma. Pero su política y la nuestra son conceptos muy diferentes. Para un demócrata griego antiguo (de cualquier tipo), nuestro sistema democrático moderno serían denominado como “oligarquía”.

O lo que es lo mismo, unos pocos son elegidos para servir (en teoría) en nombre de toda la ciudadanía.

La explicación se debe a que ya en la antigua Grecia las elecciones se consideraban en sí mismas oligárquicas. Favorecían sistemáticamente a unos pocos y, en particular, a los pocos ciudadanos extremadamente ricos, o “oligarcas”, como ahora los llamamos familiarmente, a quienes también se les conoce como “plutócratas” o simplemente “peces gordos”.

Por otro lado, existen algunos puntos en común importantes entre las formas de pensar en política tanto antiguas como modernas. Tanto para los demócratas antiguos como para los modernos, por ejemplo, la libertad y la igualdad son esenciales: son valores políticos fundamentales. Sin embargo, para un antiguo demócrata griego la libertad no significaba sólo la libertad de participar en el proceso político, sino también la libertad en relación a la servidumbre legal: significaba no ser un esclavo.

Y la libertad de participar significaba no sólo un intercambio temporal de roles entre amos y siervos políticos cuando llega el momento de las elecciones generales o locales (o referéndums). Sino más bien la libertad de compartir el poder político, de gobernar codo con codo.

En el siglo IV a. C. , la asamblea democrática ateniense la formaban más de 6.000 ciudadanos varones adultos, los cuales se reunían aproximadamente cada nueve días. Fue un gobierno llevado a cabo mediante reuniones masivas, pero también el equivalente a celebrar un referéndum sobre cuestiones importantes cada dos semanas aproximadamente.

Igualdad antes y ahora

Hoy en día, la igualdad no es más que una quimera, al menos en términos socioeconómicos, ya que el 1% más rico de la población mundial posee tanto como el 99% restante en su conjunto. En la antigua Grecia, manejaron estas cuestiones mucho mejor, y especialmente en la antigua democracia ateniense.

A falta de datos estadísticos, se sabe que los antiguos griegos eran notoriamente menos burocráticos y que consideraban que los impuestos directos eran un insulto cívico a las personas. Pero se ha citado que la Grecia “clásica” (siglos V-IV a. C.) y especialmente la Atenas clásica eran sociedades más pobladas y urbanizadas que prácticamente cualquier otra sociedad pre-moderna, con una mayor proporción de su población viviendo por encima del nivel de mera subsistencia, y con una distribución más equitativa de la riqueza.

Esto no significa que la antigua Grecia pueda proporcionarnos siempre un ejemplo directamente transferible para ser imitado democráticamente. Actualmente no creemos en la utilidad de la esclavitud legal de otros seres humanos, ni en poseerlos como si fuesen bienes muebles. O al menos, en teoría.

Sin embargo, hay una serie de nociones y técnicas democráticas antiguas que parecen muy atractivas, para ser implementadas en la actualidad: el uso de la clasificación , por ejemplo, un método aleatorio de votación por lotería cuyo objetivo era producir una muestra representativa de funcionarios electos. O la práctica del ostracismo, que permitía a los ciudadanos votar contra un político considerado peligroso para la democracia o la estabilidad de la polis, el cual debería exiliarse durante 10 años. Así se evitaba que acumulase demasiado poder y se acababa con su carrera política.

El peor de todos los sistemas posibles.

¿Todos en realidad somos demócratas en occidente? No, si consideramos los siguientes cinco defectos arraigados de diversas formas en todos los sistemas contemporáneos.

Los ciudadanos de nuestras “democracias” pasan hasta una quinta parte de sus vidas gobernados por un partido o candidato distinto del partido o candidato por el que votó. Además, las elecciones no son, de hecho, “libres y justas”: casi invariablemente las gana el bando que gasta más dinero en campaña.

Cuando se trata de ganar elecciones lo más condenatorio de todo sería que la gran mayoría de las personas son sistemáticamente excluidas de la toma de decisiones públicas –gracias al sesgo de votos, el financiamiento de campañas y la libertad que los representantes electos se toman de simplemente ignorar con total impunidad lo prometido a sus electores.

En resumen, la democracia ha cambiado su significado de algo parecido al “poder popular” de la antigua Grecia y aparentemente ha perdido su propósito como reflejo, y mucho menos como realización de la voluntad popular.

Se puede ver bien por qué Winston Churchill alguna vez describió la democracia como el peor de todos los sistemas de gobierno. Totalitarismos y dictaduras aparte.


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